El laberinto
Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres y su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin.
Jorge Luis Borges
Los laberintos han sido símbolo universal de diferentes épocas y civilizaciones asignándoles distintos usos e interpretaciones, y es por esta razón que su figura ha sido fuente de referencias religiosas, geométricas, constructivas, e incluso sociológicas.
Se usó en las puertas de ciudades fortificadas como sistema defensivo para desorientar al enemigo que conseguía cruzarlas. Se trazó sobre las maquetas de las casas griegas para protegerlas de maleficios. Aparece en catedrales e iglesias como sustituto del viaje de peregrinación a Jerusalén para quienes no podían hacer el duro y peligroso camino a Tierra Santa. Nietzsche y Deleuze usaron la figura del laberinto como metáfora del devenir de los acontecimientos en su oposición al ser estático.
Independientemente de los diferentes significados o usos que se le hayan podido atribuir, encontramos en ellos un denominador común; son espacios desorientadores que buscan proteger su centro mediante un proceso de concentración. Esta idea fue reiterada por Borges al visualizarlo como lugar donde los personajes, conscientes o no de ello, buscan algo situado en el lugar más inescrutable e inaccesible.
“Yo soñaba hasta el agotamiento con un limpio, pequeño laberinto en cuyo centro estaba un ánfora, que mis manos casi tocaban, que mis ojos contemplaban, pero los senderos eran tan complicados como confusos, que se me hizo claro: moriría sin haber llegado jamás allí”
Pero, ¿qué nos lleva a querer adentrarnos en ellos si una vez en su interior perdemos la seguridad que nos ofrecen las referencias conocidas de espacio y tiempo?
Puede que ese sea su atractivo, o tal vez que los visualizamos como símbolos de la vida, como el vehículo que puede conducirnos a nuestro sagrado espacio interior, a descubrir nuestro verdadero yo.
Encontrar ese tesoro, conquistar el centro precisa recorrer el camino, pero sólo caminando no es posible, debemos encontrar “el paso y su ritmo” , conocer el camino ritual pues como decía Charpentier, el caminar ritual no es caminar, es danza, y la danza es evolución.
Así, llegados al centro del laberinto, tras recorrerlo ritualmente, tras haberlo “danzado” y tras enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestro particular Minotauro, estaremos transformados.
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